miércoles, 7 de febrero de 2018

Percy Bysshe Shelley y Leopoldo María Panero: Mont Blanc

MONT BLANC

I

La eternidad, que fluye cual la savia en las rosas,
pasa a través del alma y arrastra el oleaje
del universo en ondas tristes o luminosas,
que copian la nostalgia de su eterno viaje;

y van hasta la fuente secreta donde brota
el pensamiento humano, sonoro de delicia,
¡oh manantial sin dueño que apenas una gota
desborda dulcemente si el aire le acaricia!

Como el murmullo leve de un arroyo de plata
se silencia en el bosque salvaje, en la alta sierra,
que asorda, poderosa, la vasta catarata,
y el viento en el hayedo que el corazón aterra;

así se apaga el leve fluir de la conciencia
humana, cuando, llena de soledad, escala
la cima donde junta la nieve su inocencia
y delira entre rocas el agua que resbala.

II

¡Oh torrente del Arve, oscura y honda sima
transida de colores y poblada de ecos;
valle de abetos verdes que caen desde la cima
debajo de las nubes, entre los montes huecos!

¡Oh escena solitaria, trágicamente bella,
por donde rueda el Arve, que encama el misterioso
espíritu del monte que en la nieve sin huella
alza su oculto trono de paz y de reposo!

¡Oh río que en la viva roca te abres camino;
y a través de los valles, desde la limpia cumbre,
te desatas lo mismo que un relámpago alpino
que cruza la tormenta con su espada de lumbre!

Así pasas, ¡oh río!, bajo los pinos verdes
que entre las rocas cuelgan reciamente agarrados,
como arcaicos gigantes que acaso tú recuerdes
haber visto en la infancia de los tiempos pasados.

Los vientos desalados en ellos se recrean;
y los olores beben de su verdor sonoro;
y escuchan de sus ramas la música; y menean
sus hojas silenciosas, que suenan como un coro.

Igual que el arco iris tras la lluvia en el cielo,
la espuma del torrente teje un velo delgado,
y esculpe la cascada la piedra con su vuelo:
la eternidad se escucha cuando todo ha callado;

y un misterioso sueño hace dormir al eco
en las hondas cavernas de donde el Arve arranca
su profundo sonido, como un chasquido seco
que va de cumbre en cumbre sobre la nieve blanca.

¡Tú eres el incesante caminar y la senda
de esta música vaga que jamás se detiene!
¡Empapado de vértigo soy tu propia leyenda,
y si te miro, un soplo divino hasta mí viene!

¡Y parece al mirarte que el corazón te inventa
y tu imagen sustancia de humana fantasía!
¡Mi ser se comunica con el Poder que alienta
en tus hondas entrañas, y su vida es la mía!

¡Mil pensamientos cruzan tu soledad umbría,
y flotan o se posan cual huéspedes divinos
en la dormida gruta que habita mi Poesía,
como un hada que pulsa su lira entre los pinos!

¡Mil pensamientos buscan entre las sombras quietas
fantasmas y visiones de tu callado abismo!...
Pero el viento se lleva sus figuras secretas,
y tú, en cambio, perduras eternamente el mismo.

III

Dicen que resplandores de otro remoto mundo
visitan nuestras almas al dormir; que la muerte
es un sueño habitado, y un vivir más profundo
que nos mantiene en vela para que Dios despierte.

Alzo al cielo los ojos; ¿qué alada omnipotencia
tras el velo se oculta de la muerte y la vida?
¿Sueño acaso y el mundo es sólo una apariencia
que en círculos de magia se abre al alma dormida?

¡El espíritu mismo se desmaya y destierra
como nube arrastrada por la fuerza del viento,
que cruza los abismos y hermosamente yerra
hasta hacerse invisible como mi pensamiento!

Allá lejos, muy lejos, coronando de cielo
su serenada nieve, se yergue el Monte Blanco;
su quietud infinita se alza como un anhelo
imperial sobre el pasmo del callado barranco;

sus montañas feudales le rinden pleitesía;
rocas de extrañas formas y cimas que modela
la nieve; valles hondos donde nunca entra el día;
glaciares y congostos donde la luz se hiela;

precipicios azules como el cielo glorioso,
que tuerce entre los valles al nivel de las crestas;
todo en torno a tu mole se agrupa silencioso,
dominado y vencido por tus cumbres enhiestas.

¡Oh desierto que sólo la tempestad habita,
y en donde arroja el águila los triturados huesos
del cazador; y el lobo, tras de su huella escrita
en la nieve, aúlla al fondo de los bosques espesos!

¡Cuánto horror amontona tu soledad desnuda!
¡Oh piedra atormentada y espectral cataclismo!
¡Como un planeta en ruinas cubre la nieve muda
la sombra desolada del cielo y del abismo!

¿Jugó un titán contigo? ¿Te bañaste en la aurora
del mundo? ¿Un mar llameante cubrió tu virgen nieve?
Nadie responde. Todo parece eterno ahora;
y el alma, poco a poco, como una flor se embebe.

El desierto nos habla con misterioso acento;
y una trágica duda, cual roedor gusano,
socava la conciencia donde tienen su asiento
la soledad del hombre y el desamparo humano;

pero una fe más dulce, más serena, más alta,
nos reconcilia y hace creer en la belleza;
en las cosas hermosas; en el amor que exalta
y despierta en el hombre su dormida pureza.

¡Tu música, oh montaña, descifra la armonía
del corazón, que late ya más puro que antes;
a las almas egregias brindas tu compañía,
y sus conciencias tomas puras como diamantes!

IV

Los lagos y campiñas; los bosques y el rocío;
el mar; y cuantas cosas vivas el mundo encierra
en su hondo laberinto; la lluvia; el ancho río;
el lívido relámpago que hace temblar la tierra;

los altos vendavales: la feble somnolencia
que en la estación propicia visita a las ocultas
flores; el sueño en vela que teje la inocencia
invisible y futura de las rosas adultas;

el abrirse en el vuelo de su infancia sin peso
que la delgada rama estremece, y sonroja
el compacto sigilo de su color ileso,
como una cosa eterna que luego se deshoja;

las obras y caminos del hombre; cuanto nace
y acaba; cuanto es suyo o puede serlo un día;
cuanto alienta y se mueve y con dolor se hace;
todo muere y revive por infinita vía.

Mas tú habitas aparte, serenado, tranquilo;
remoto, inaccesible Poder; trono de calma;
fragmento de planeta rodeado de sigilo,
donde a soñar aprende su eternidad el alma.

Como vastas culebras que vigilan su presa,
los heleros se arrastran desde el viejo granito
donde una nieve virgen y eternamente ilesa
defiende las fronteras de su reino infinito.

Para despecho y mofa del hombre, el sol y el hielo
han alzado mil torres en su quietud augusta,
y prodigiosamente han almenado el cielo
de la ciudad que duerme sobre la cumbre adusta.

¡Oh ciudad de la muerte silenciosa y torreada
de luz! ¡Oh fiel muralla de hielo inexpugnable!
¡No, ciudad, no!: corriente de muerte desbordada
que arrastra desde el cielo su ruina innumerable.

¡Oh perpetuo sonido de su rodar! ¡Oh abetos
arrancados de cuajo y arrollados cual briznas;
y rotos pinos verdes que en sus ramajes quietos
aún guardan un perfume de calladas lloviznas!

¡Corroída por el tiempo, como del hombre el pecho
por el dolor, la roca, múltiple y despeñada
desde el glaciar remoto, poco a poco ha deshecho
los lindes entre el mundo de la vida y la nada!

¡El reino donde habitan el bruto, la gacela,
los mínimos insectos, la hierba verde, el rojo
pechirrojo dorado que en primavera vuela;
todo a sus plantas yace y es estéril despojo!

Huye el hombre transido de terror; su morada
y su labor son humo desvanecido; rueda
lejos su estirpe eterna, que es al azar llevada
cual flota en la tormenta remota polvareda.

Allá abajo relumbran anchas grutas, de donde
raudos torrentes brotan que su tumulto frío
juntan, y verde espuma que aparece y se esconde
entre secretas piedras hasta formar un río.

¡Y su augusto silencio va sonando a los mares
y atravesando tierras desde la nieve viva;
y en sus aguas se duermen paisajes y pinares,
mientras la espuma corre cual cierva fugitiva!...

V

Todavía relumbra Mont Blanc en la distancia,
afírmando en la tierra su imperial fortaleza
y majestad: luz múltiple; múltiple resonancia;
y mucha muerte y vida dentro de su belleza.

En la penumbra quieta de las noches sin luna,
o en el fulgor absorto del día, cae la nieve
sobre la excelsa cumbre: su soledad ninguna
presencia humana rompe, ni su silencio leve.

Nadie la ve o escucha. Ni cuando el sol retira
su luz y copo a copo la cumbre palidece;
ni en la callada noche que en el silencio gira
y en las estrellas limpias hermosamente crece.

Los vientos se combaten en silencio, empujando
la nieve con su aliento veloz y poderoso;
¡pero siempre en silencio!, y al volar agrupando
los copos en montones de blancor silencioso.

Sobre estas soledades donde nace y habita
el relámpago pasa sin voz, y su sonido
inocente resbala por la cumbre infinita
como niebla que flota sobre el valle dormido.

Te anima, ¡oh cumbre sola!, la Fuerza, la escondida
Fuerza del universo, que el alma humana llena,
y que a su ley eterna mantiene sometida
la anchura de los cielos que en el silencio suena.

Mas ¿dónde tu ribera, tu porvenir en dónde;
y el del mar y las rocas y las altas estrellas,
si tras el sueño humano la soledad no esconde
más que un rumor vacío y un desierto sin huellas?

Traducción de LEOPOLDO MARÍA PANERO.

MONT BLANC
Lines Written in the Vale of Chamouni

                                    I 

The everlasting universe of things 
Flows through the mind, and rolls its rapid waves, 
Now dark—now glittering—now reflecting gloom— 
Now lending splendour, where from secret springs 
The source of human thought its tribute brings 
Of waters—with a sound but half its own, 
Such as a feeble brook will oft assume, 
In the wild woods, among the mountains lone, 
Where waterfalls around it leap for ever, 
Where woods and winds contend, and a vast river 
Over its rocks ceaselessly bursts and raves. 

                                     II 
Thus thou, Ravine of Arve—dark, deep Ravine— 
Thou many-colour'd, many-voiced vale, 
Over whose pines, and crags, and caverns sail 
Fast cloud-shadows and sunbeams: awful scene, 
Where Power in likeness of the Arve comes down 
From the ice-gulfs that gird his secret throne, 
Bursting through these dark mountains like the flame 
Of lightning through the tempest;—thou dost lie, 
Thy giant brood of pines around thee clinging, 
Children of elder time, in whose devotion 
The chainless winds still come and ever came 
To drink their odours, and their mighty swinging 
To hear—an old and solemn harmony; 
Thine earthly rainbows stretch'd across the sweep 
Of the aethereal waterfall, whose veil 
Robes some unsculptur'd image; the strange sleep 
Which when the voices of the desert fail 
Wraps all in its own deep eternity; 
Thy caverns echoing to the Arve's commotion, 
A loud, lone sound no other sound can tame; 
Thou art pervaded with that ceaseless motion, 
Thou art the path of that unresting sound— 
Dizzy Ravine! and when I gaze on thee 
I seem as in a trance sublime and strange 
To muse on my own separate fantasy, 
My own, my human mind, which passively 
Now renders and receives fast influencings, 
Holding an unremitting interchange 
With the clear universe of things around; 
One legion of wild thoughts, whose wandering wings 
Now float above thy darkness, and now rest 
Where that or thou art no unbidden guest, 
In the still cave of the witch Poesy, 
Seeking among the shadows that pass by 
Ghosts of all things that are, some shade of thee, 
Some phantom, some faint image; till the breast 
From which they fled recalls them, thou art there! 

                                     III 

Some say that gleams of a remoter world 
Visit the soul in sleep, that death is slumber, 
And that its shapes the busy thoughts outnumber 
Of those who wake and live.—I look on high; 
Has some unknown omnipotence unfurl'd 
The veil of life and death? or do I lie 
In dream, and does the mightier world of sleep 
Spread far around and inaccessibly 
Its circles? For the very spirit fails, 
Driven like a homeless cloud from steep to steep 
That vanishes among the viewless gales! 
Far, far above, piercing the infinite sky, 
Mont Blanc appears—still, snowy, and serene; 
Its subject mountains their unearthly forms 
Pile around it, ice and rock; broad vales between 
Of frozen floods, unfathomable deeps, 
Blue as the overhanging heaven, that spread 
And wind among the accumulated steeps; 
A desert peopled by the storms alone, 
Save when the eagle brings some hunter's bone, 
And the wolf tracks her there—how hideously 
Its shapes are heap'd around! rude, bare, and high, 
Ghastly, and scarr'd, and riven.—Is this the scene 
Where the old Earthquake-daemon taught her young 
Ruin? Were these their toys? or did a sea 
Of fire envelop once this silent snow? 
None can reply—all seems eternal now. 
The wilderness has a mysterious tongue 
Which teaches awful doubt, or faith so mild, 
So solemn, so serene, that man may be, 
But for such faith, with Nature reconcil'd; 
Thou hast a voice, great Mountain, to repeal 
Large codes of fraud and woe; not understood 
By all, but which the wise, and great, and good 
Interpret, or make felt, or deeply feel. 

                                     IV 

The fields, the lakes, the forests, and the streams, 
Ocean, and all the living things that dwell 
Within the daedal earth; lightning, and rain, 
Earthquake, and fiery flood, and hurricane, 
The torpor of the year when feeble dreams 
Visit the hidden buds, or dreamless sleep 
Holds every future leaf and flower; the bound 
With which from that detested trance they leap; 
The works and ways of man, their death and birth, 
And that of him and all that his may be; 
All things that move and breathe with toil and sound 
Are born and die; revolve, subside, and swell. 
Power dwells apart in its tranquillity, 
Remote, serene, and inaccessible: 
And this, the naked countenance of earth, 
On which I gaze, even these primeval mountains 
Teach the adverting mind. The glaciers creep 
Like snakes that watch their prey, from their far fountains, 
Slow rolling on; there, many a precipice 
Frost and the Sun in scorn of mortal power 
Have pil'd: dome, pyramid, and pinnacle, 
A city of death, distinct with many a tower 
And wall impregnable of beaming ice. 
Yet not a city, but a flood of ruin 
Is there, that from the boundaries of the sky 
Rolls its perpetual stream; vast pines are strewing 
Its destin'd path, or in the mangled soil 
Branchless and shatter'd stand; the rocks, drawn down 
From yon remotest waste, have overthrown 
The limits of the dead and living world, 
Never to be reclaim'd. The dwelling-place 
Of insects, beasts, and birds, becomes its spoil; 
Their food and their retreat for ever gone, 
So much of life and joy is lost. The race 
Of man flies far in dread; his work and dwelling 
Vanish, like smoke before the tempest's stream, 
And their place is not known. Below, vast caves 
Shine in the rushing torrents' restless gleam, 
Which from those secret chasms in tumult welling 
Meet in the vale, and one majestic River, 
The breath and blood of distant lands, for ever 
Rolls its loud waters to the ocean-waves, 
Breathes its swift vapours to the circling air. 

                                     V 

Mont Blanc yet gleams on high:—the power is there, 
The still and solemn power of many sights, 
And many sounds, and much of life and death. 
In the calm darkness of the moonless nights, 
In the lone glare of day, the snows descend 
Upon that Mountain; none beholds them there, 
Nor when the flakes burn in the sinking sun, 
Or the star-beams dart through them. Winds contend 
Silently there, and heap the snow with breath 
Rapid and strong, but silently! Its home 
The voiceless lightning in these solitudes 
Keeps innocently, and like vapour broods 
Over the snow. The secret Strength of things 
Which governs thought, and to the infinite dome 
Of Heaven is as a law, inhabits thee! 
And what were thou, and earth, and stars, and sea, 
If to the human mind's imaginings 
Silence and solitude were vacancy?