martes, 19 de diciembre de 2017

Charles Baudelaire: Querida madre. Carta a Madame Aupick

Este año se han cumplido los 150 años de la muerte de Charles Baudelaire. En su homenaje, Ediciones De La Mirándola acaba de publicar Querida madre. Cartas a Madame Aupick 1860-1866, volumen que, sumado al anterior Querida mamá. Cartas a la madre 1834-1859,  completa la edición integral, primera en lengua española, de las cartas que, durante largos años, Baudelaire escribió a su madre, principal confidente y sostén inconmovible de su breve y atormentada viva. Ambos volúmenes constituyen, en su conjunto, un testimonio indispensable para conocer más a fondo la singular aventura vital y espiritual del poeta. A continuación ofrecemos pasajes de una extensa carta de 1861 contenida en el nuevo volumen.

QUERIDA MADRE
CARTA A MADAME AUPICK

[Febrero o marzo de 1861.]

¡Ah, querida madre!, ¿estaremos aún a tiempo de ser felices tú y yo? Ya no me atrevo a creerlo; —¡40 años, una tutela judicial, deudas enormes, y por último, lo peor de todo, la voluntad perdida, arruinada! ¿Quién sabe si no está alterada la mente misma? No lo sé, ya no puedo saberlo, puesto que he perdido hasta la capacidad del esfuerzo.
Ante todo, quiero decirte algo que no te digo lo bastante a menudo, y que sin duda ignoras, sobre todo si me juzgas por las apariencias, y es que mi cariño por ti va aumentando sin cesar. Es una vergüenza confesar que este cariño ni siquiera me da fuerzas para volverme a poner de pie. Contemplo los años pasados, los horribles años, me paso el tiempo reflexionando sobre la brevedad de la vida; nada más; y mi voluntad sigue herrumbrándose. Si alguna vez hubo un hombre que conoció, en su juventud, el esplín y la hipocondría, ese hombre, por cierto, soy yo. Y, sin embargo, tengo ganas de vivir, y quisiera conocer un poco la seguridad, la gloria, la satisfacción conmigo mismo. Algo terrible me dice: jamás, y alguna otra cosa me dice, sin embargo: inténtalo.
De tantos planes y proyectos, acumulados en dos o tres cajas que ya no me atrevo a abrir, ¿qué es lo que realizaré?, quizás nunca nada.
1 de abril de 1861.

La página anterior fue escrita hace un mes, seis semanas, dos meses, ya no sé cuándo. Caí en una especie de terror nervioso perpetuo; sueño espantoso, despertar espantoso; imposibilidad de actuar. Mis ejemplares estuvieron un mes encima de la mesa antes de que encontrara fuerzas para hacer paquetes. No le escribí a Jeanne, pasé casi tres meses sin verla; naturalmente, puesto que era imposible, no le envié un céntimo. (Vino a verme ayer; sale del hospicio, y su hermano, que según yo creía era su sostén, le vendió en su ausencia una parte de los muebles. Ella va a vender el resto para pagar algunas deudas). En ese horrible estado de ánimo, impotencia e hipocondría, volvió la idea del suicidio; ahora que ha pasado puedo decirlo; esa idea me atormentaba a toda hora del día. Veía en ella la liberación absoluta, la liberación de todo. Al mismo tiempo, y durante tres meses, por una contradicción singular pero sólo aparente, recé a toda hora (¿a quién?, ¿a qué ser definido?, no tengo la menor idea) para obtener dos cosas: para mí, fuerza para vivir; para ti, largos, largos años. Dicho sea de paso, tu deseo de morir es muy absurdo y muy poco caritativo, ya que tu muerte sería para mí el golpe final, y la imposibilidad absoluta de la felicidad.
Finalmente la idea fija desapareció, alejada por una ocupación violenta e inevitable, el artículo sobre Wagner, improvisado en tres días en una imprenta; sin la obsesión de la imprenta, nunca habría tenido fuerzas para hacerlo. Desde entonces he vuelto a caer enfermo de postración, de horror y de miedo. —He estado físicamente bastante mal dos o tres veces; pero una de las cosas que me resultan particularmente insoportables es que, al dormirme, e incluso mientras duermo, oigo muy claramente voces, frases completas, pero muy banales, muy vulgares, y sin relación alguna con mis asuntos.
Llegaron tus cartas; no eran algo que pudiese darme alivio. Siempre estás armada para lapidarme junto con la muchedumbre. Es algo que data de mi infancia, como ya sabes. Pero ¿cómo haces para ser siempre, para tu hijo, lo contrario de una amiga, salvo en las cuestiones de dinero, siempre y cuando, eso sí, y en esto se deja ver tu carácter a la vez absurdo y generoso, sólo pesen sobre ti? Yo tuve cuidado de señalarte, en el índice, todos los poemas nuevos. Te resultaba fácil comprobar que estaban todos hechos pensando en el conjunto. ¡Un libro en el que he trabajado veinte años, y que, por otra parte, no soy dueño de disponer que no se reimprima!
En cuanto a Monsieur Cardinne, el asunto es grave, pero en un sentido muy diferente del que crees. En medio de todos mis dolores, no quiero que un cura vaya a luchar contra mí en el espíritu de mi anciana madre, y yo arreglaré eso como es debido, si puedo, si me dan las fuerzas. La conducta de ese hombre es monstruosa e inexplicable. En cuanto a quemar los libros, eso ya nadie lo hace, excepto los locos que quieren ver cómo arde el papel. ¡Y yo que me privé estúpidamente de un ejemplar valioso, para halagarlo y para darle algo que reclamaba desde hacía tres años! ¡Y me he quedado sin ningún ejemplar para mis amigos! —Tú siempre has tenido que rebajarme delante de alguien. Así fue con Monsieur Émon, acuérdate. Ahora es delante de un cura, que ni siquiera tiene bastante delicadeza para esconderte un pensamiento hiriente. Y por último, ni siquiera ha comprendido que el libro se basa en una idea católica; pero esto es una consideración de otro orden.
Lo que me salvó del suicidio, sobre todo, fueron dos ideas bastante pueriles. La primera, que mi deber era dejarte notas minuciosas para el pago de todas mis deudas, y que por lo tanto primero había que ir a Honfleur, donde están guardados todos mis documentos, que sólo yo entiendo. La segunda, ¿lo confesaré?, que era muy duro acabar con mi vida antes de haber publicado por lo menos mis obras críticas, si renunciaba a los dramas (hay un segundo ya proyectado), a las novelas y, finalmente, a un gran libro con el que sueño desde hace dos años: Mi corazón al desnudo, en el que amontonaré todas mis cóleras. ¡Ah!, si ése ve la luz alguna vez, las Confesiones de J.-J [Rousseau]. parecerán pálidas. Ya ves que sigo soñando.
Desgraciadamente, para la elaboración de ese libro singular habría hecho falta conservar montones de cartas de todo el mundo, que, desde hace 20 años, he regalado o quemado.
—En fin, como ya te he dicho, una tarea violenta me sacó de mi embotamiento y de mi enfermedad tres veces durante veinticuatro horas. La enfermedad volverá.
[…]
Tenía, por cierto, otras cosas que decirte. Pero no me alcanzan ni el papel ni el tiempo. Sé buena conmigo; recuerda que, muy a menudo, eres injusta sin darte cuenta, sobre todo cuando me acusas de carecer de afecto por ti. Fue para probártelo que conservé el comienzo de mi carta, escrita en un momento en que no había recibido tus reproches.

CHARLES.
No puedes imaginarte cuántas veces he mezclado, en mis proyectos, mi vida con la tuya.
¿Has recibido la Contemporaine? Voy a mandarte la Européenne. No tengo tiempo de releer mi carta.


Traducción, prólogo y notas de Carlos Cámara Miguel Ángel Frontán.
Ediciones De La Mirándola, diciembre de 2017.
ISBN 978-987-3725-10-4


[Février ou mars 1861.]

Ah ! chère mère, est-il encore temps pour que nous soyons heureux ? Je n'ose plus y croire ; — 40 ans, un conseil judiciaire, des dettes énormes, et enfin, pire que tout, la volonté perdue, gâtée ! Qui sait si l'esprit lui-même n'est pas altéré ? Je n'en sais rien, je ne peux plus le savoir, puisque j'ai perdu même la faculté de l'effort.
Avant tout, je veux te dire une chose que je ne te dis pas assez souvent, et que tu ignores sans doute, surtout si tu me juges par les apparences, c'est que ma tendresse pour toi va augmentant sans cesse. C'est une honte d'avouer que cette tendresse ne me donne même pas la force de me relever. Je contemple les anciennes années, les horribles années, je passe mon temps à réfléchir sur la brièveté de la vie ; rien de plus ; et ma volonté va toujours se rouillant. Si jamais homme a connu, jeune, le spleen et l'hypocondrie, certes, c'est moi. Et cependant, j'ai envie de vivre, et je voudrais connaître un peu la sécurité, la gloire, le contentement de moi-même. Quelque chose de terrible me dit : jamais, et quelque autre chose me dit cependant : essaye.
De tant de plans et de projets, accumulés dans deux ou trois cartons que je n'ose plus ouvrir, qu'est-ce que j'exécuterai ? jamais rien peut-être.

1er  avril 1861.

Cette page précédente a été écrite il y a un mois, six semaines, deux mois, je ne sais plus quand. Je suis tombé dans une sorte de terreur nerveuse perpétuelle ; sommeil affreux, réveil affreux ; impossibilité d'agir. Mes exemplaires sont restés un mois sur ma table avant que j'aie pu trouver le courage de Faire des enveloppes. Je n'ai pas écrit à Jeanne, je ne l'ai pas vue pendant près de trois mois ; naturellement, puisque c'était impossible, je ne lui ai pas envoyé un sol. (Elle est venue me voir hier ; elle sort de l'hospice, et son frère, sur qui je la croyais appuyée, lui a vendu en son absence une partie du mobilier. Elle va vendre le reste pour payer quelques dettes). Dans cette horrible situation d'esprit, impuissance et hypocondrie, l'idée du suicide est revenue ; je peux le dire maintenant que c'est passé ; à toute heure de la journée, cette idée me persécutait. Je voyais là la délivrance absolue, la délivrance de tout. En même temps, et pendant trois mois, par une contradiction singulière, mais seulement apparente, j'ai prié à toute heure (qui? quel être défini? je n'en sais absolument rien) pour obtenir deux choses : pour moi, la force de vivre; pour toi, de longues, longues années. Soit dit en passant, ton désir de mourir est bien absurde et bien peu charitable, puisque ta mort sera pour moi un dernier coup, et l’impossibilité absolue du bonheur.
Enfin l'idée fixe a disparu, chassée par une occupation violente et inévitable, l'article Wagner, improvisé en trois jours dans une imprimerie ; sans l'obsession de l'imprimerie, je n'aurais jamais eu la force de le faire. Depuis lors, je suis retombé malade de langueur, d'horreur et de peur. — J'ai été physiquement assez mal deux ou trois fois ; mais une des choses qui me sont particulièrement insupportables, c'est, quand je m'endors, et même dans le sommeil, des voix que j'entends très distinctement, des phrases complètes, mais très banales, très triviales, et n'ayant aucun rapport avec mes affaires.
Tes lettres sont venues; elles n'étaient pas de nature à me soulager. Tu es toujours armée pour me lapider avec la foule. Tu cela [sic] date de mon enfance comme tu sais. Comment donc fais-tu pour être toujours pour ton fils le contraire d'une amie, excepté dans les affaires d'argent, pourvu, encore, et c'est là que se fait voir ton caractère à la fois absurde et généreux, qu'elles ne pèsent que sur toi ? J'avais pris soin de te noter, à la table des matières, tous les morceaux nouveaux. Il t'était facile de vérifier qu'ils étaient tous faits pour le cadre. Un livre auquel j'ai travaillé vingt ans, et que d'ailleurs je ne suis plus le maître de ne pas réimprimer !
Quant à M. Cardinne, c'est une affaire grave, mais dans un sens tout autre que celui que tu crois. Au milieu de toutes mes douleurs, je ne veux pas qu'un prêtre vienne lutter contre moi dans l'esprit de ma vieille mère, et j'y mettrai bon ordre, si je peux, si j'en ai la force. La conduite de cet homme est monstrueuse et inexplicable. Quant à brûler les livres, cela ne se fait plus, excepté chez les fous qui veulent voir flamber du papier. Et moi, qui m'étais bêtement privé d'un exemplaire précieux, pour lui plaire et pour lui donner une chose réclamée depuis trois ans ! et je suis sans exemplaire, pour mes amis ! — Il a toujours fallu que tu me misses aux genoux de quelqu'un. Ç'a été devant M. Emon, souviens-toi. Maintenant c'est devant un prêtre, qui n'a même pas assez de délicatesse pour te cacher une pensée blessante. Et enfin il n'a même pas compris que le livre partait d'une idée catholique ; mais ceci est une considération d'un autre ordre.
Ce qui m'a surtout sauvé du suicide, c'est deux idées qui te paraîtront bien puériles. La première, c'est que mon devoir était de te fournir des notes minutieuses pour le paiement de toutes mes dettes, et qu'ainsi il fallait d'abord aller à Honfleur, où sont classés tous mes documents, intelligibles pour moi seul. La seconde, l’avouerai-je ? c'est qu'il était bien dur d'en finir avant d'avoir publié au moins mes œuvres critiques, si je renonçais aux drames (il y en a un second projeté), aux romans, et enfin à un grand livre auquel je rêve depuis deux ans : Mon coeur mis à nu, et où j'entasserai toutes mes colères. Ah ! si jamais celui-là voit le jour, les Confessions de J.-J. paraîtront pâles. Tu vois que je rêve encore.
Malheureusement pour la confection de ce livre singulier, il aurait fallu garder des masses de lettres de tout le monde, que j'ai, depuis 20 ans, données ou brûlées.
[…]
J'avais bien d'autres choses à te dire. Mais le papier et le temps me manquent. Sois bonne pour moi ; souviens-toi que tu es, très souvent, injuste sans t'en douter, surtout quand tu m'accuses de manquer d'affection pour toi. C'est pour te le prouver que j'ai conservé le commencement de ma lettre, écrite à un moment où je n'avais pas reçu tes reproches.

CHARLES.
Tu ne peux pas t'imaginer combien de fois j'ai mêlé, dans mes projets, ma vie à la tienne.
As-tu reçu la Contemporaine ? Je vais t'envoyer l'Européenne. Je n'ai pas le temps de relire ma lettre.