martes, 25 de septiembre de 2012

Henry Bataille: Retrato de Jean Lorrain


RETRATO DE JEAN LORRAIN


Es una especie de gran bárbaro, un bárbaro auténtico, instalado en la Urbs bulevaresca, a la que aporta y prodiga desde hace veinte años sus instintos de sangre y de voluptuosidad, su comprensión refinada de la ciudad, su sentido de las ironías locales, su política ladina de oriental o de celta (ya que no es posible discernir con precisión sus verdaderos orígenes), y mezclando a todo eso el gusto por las artes y por la cultura, las brutalidades más solitarias o más criminales. Del bárbaro tiene, en efecto, el gusto por las joyas y las gemas, los perfumes fuertes, las tinturas, las materias adornadas, los venenos, los éteres, la irresistible atracción por los tornasoles de turquería, el amor por el bazar y el fetichismo supersticioso de las cosas.  Del bárbaro tiene la codicia glotona y la diversión de artista, y también una sensibilidad de niño muy dulce, que fácilmente llora, una sinceridad que se manifiesta en todo momento y se enternece con palabras vehementes y, entonces, casi mimosas, con inflexiones infantiles y viejos pesares, y —dominándolo todo—, más allá de las emociones, el escepticismo, la maldad, las rabietas, las ambiciones, un candor, un gran candor mal disimulado que constituye el fondo verdadero de este temperamento en el que todo lo demás está profundamente injertado.
Tenemos la impresión, ¿no es verdad?, de que no es de aquí. ¿Por qué? Se diría que aún lleva sueños auténticamente hereditarios en sus ojazos de pesados párpados caídos de místico; en ellos se entrecruzan realmente imágenes de mar y de hadas. Ese amor del pasado no es algo adquirido, esa antigualla de cuentos y de balada no es pose ni literatura. Todo eso le encanta. Hay realmente en él algo así como ancestros que lloran, todo un linaje acaso directo de normandos que, sin que él lo sepa, le hacen el elogio de las viejas aventuras de su horda libre —con los pies descalzos en el lodo y los almohadones imperiales.
Su rostro claro de maxilares asesinos, listo para el casco y el turbante, expresa claramente las alternativas que hay en su alma de refinamiento y de bestialidad. Sentimos renacer en ella, por momentos y por andanadas, al animal torrentoso presa de los impulsos del instinto, y, por lo demás, de un instinto mal definido, en el que chocan unos con otros, como en los seres primitivos, los átomos macho y hembra del oscuro origen. Es, junto con el gusto por el libertinaje ofrecido por la ciudad, la soledad de los deseos aterradores y la voluntad de precipitarse en el pueblo, fuente de toda fuerza a la que las quintaesencias hastiadas van a veces a pedir el fuerte perfume del ajo y del vino peleón.
*
No hay amalgamas incongruentes en un alma.
Sus contradicciones sólo son aparentes y están todas ligadas a un tipo fijo de individuo. A veces sólo nos hace falta una palabra para hacérnoslo comprender, pero a veces no logramos encontrar esa palabra y hasta que hayamos dado con ella reunimos mal los elementos dispersos de una personalidad. Esta palabra es, justamente, para Jean Lorrain: bárbaro.
Como tal se nos presenta. En una multitud se distingue como una mancha de color, a la que siempre se le reconoce una especie de prestigio exótico. Resalta de manera violenta sobre el fondo gris de la gente y le resultaría difícil disimular esa sensibilidad ardiente en verdad extraordinaria que constituye su característica. Ya herido, ya furioso, ya pusilánime o frenéticamente grosero, impertinente, tartamudeando de emoción, se lo ve un poco por todas partes llorando por un verso hermoso, muriéndose por un helado mal digerido. Se deja llevar por sí mismo con un poco de espanto y una infinita voluptuosidad. Exagera todo lo que hay en él. Le ha gustado crear fantasmas que reproducen sus diversas imágenes. Ha querido encarnar en tipos, y ha sido por causa de un narcisismo perpetuo que hemos conocido a Bougrelon, a Phocas y al asombroso Noronsoff. Mental, demasiado mental, ha creado seres más complicados que él mismo y mil veces más decadentes, porque acaso siempre ha ignorado ese candor innato que es, como decíamos, lo mejor de su naturaleza... Cuando el Sr. Lorrain sufre, el Sr. de Phocas se extenúa; cuando el Sr. Lorrain se contrae, el Sr. de Phocas se crispa. Lorrain lo forjó en su infierno en el que Satanás se hizo artesano; lo forjó con un soplo pesado y amplificado con deleite.
D'Aurevilly nunca hizo nada mejor que ese Noronsoff, que tiene sobre sus congéneres la ventaja de ser sincero y vivido, en inimitables impulsos. Además, estallan, en el estilo descriptivo del autor, y en todo momento, paisajes, observaciones sobre atmósferas, tan poderosamente aspiradas por pulmones, al parecer, suprasensibles de enfermo. ¡De qué modo tenemos, en estos libros, al lado de la peor fermentación de las almas, el contraste de la naturaleza sana, absolutamente auténtica, con la pureza de sus vientos y todo el manto de su cielo! Entonces el estilo piafa y se colorea magistralmente, y tiene la nitidez de una hermosa pañoleta de campesina al sol. Hasta que vuelve a ocuparse de los extravíos de los Des Esseintes y de las princesas Trismegistas.
Parece que, cansado de estas cosas malditas, Lorrain descansa un poco, hastiado de haber abarcado tanto. El bárbaro herido —de maxilares asesinos— hace tregua, ahora, mientras sigue mirando de lo alto de su terraza, soñador como Tristán. Me gusta imaginarlo obsesionado por algún sueño familiar, en el que predominan el gusto y el amor por la sangre, por la sangre joven y fresca que corre por las muñecas de los adolescentes, por la hermosa sangre de vida y juventud que será su suprema añoranza.
Y de todo eso habrán germinado obras que nos dejan, después de leerlas de un tirón, esa larga persistencia de aroma que, en verano, nos llevamos desmesuradamente con nosotros porque encontramos en alguna parte, durante nuestros paseos, la pútrida soledad de un lirio o el olor histérico de los castaños en flor.

HENRY BATAILLE
(La Renaissance Latine, 15 de junio de 1902)


Traducción de Carlos Cámara.

Ediciones De La Mirándola acaba de publicar La maldición de los Noronsoff, de JEAN LORRAIN. En el sitio de la editorial se puede leer la ficha de presentación de la obra y descargar un fragmento gratuito.





PORTRAIT DE JEAN LORRAIN


C'est une sorte de grand barbare, un barbare authentique, installé dans l'Urbs boulevardière, où il apporte et prodigue depuis vingt ans ses instincts de sang et de volupté, sa compréhension raffinée de la ville, son sens des ironies locales, sa politique madrée d'oriental ou de Celte (car on ne saurait discerner au juste son origine réelle), et mêlant à cela, au goût des arts et de la culture, les brutalités les plus solitaires ou les plus criminelles. Du barbare il a, en effet, le goût des bijoux et des gemmes, des parfums forts, des teintures, des matières adornées, des poisons, des éthers, l'irrésistible attraction vers les chatoiements de turquerie, l'amour du bazar et. le fétichisme superstitieux des choses. Du barbare, il a la convoitise gourmande et l'amusement artiste, et aussi une sensibilité d'enfant très douce, facilement en larmes, une sincérité à tout propos qui s'attendrit en paroles véhémentes; alors presque câlines avec des retours enfantins et de vieux  chagrins, et — dominant le tout, — par delà les émois, le scepticisme, la méchanceté, les colères, les ambitions, une candeur, une grande candeur mal dissimulée qui fait le fond véritable de cette nature où tout le reste a mis ses greffes et ses entes profondes.

On a la sensation, n'est-ce pas, qu'il n'est point d'ici ? Pourquoi ? Des rêves authentiquement héréditaires on dirait qu'il les porte encore dans ses gros yeux aux lourdes paupières tombantes de mystique ; des images de mer et de fée s'entrecroisent réellement en eux. Ce n'est pas acquis cet amour du passé, ce n'est point de la pose ni de la littérature cette antiquaillerie de contes et de ballades. Il adore ça. Il y a vraiment en lui comme des ancêtres qui pleurent, toute une race peut-être directe de normands qui lui vantent à son insu les vieilles aventures de leur horde libre, — les pieds nus dans les boues et les coussins impériaux.

Sa figure claire aux maxillaires assassins, prête pour le casque et le turban, dit nettement les alternatives qu'il y a en son Âme de raffinement et de bestialité. On y sent renaître par instants et par bordées, la brute torrentueuse en 'proie aux poussées de l'instinct, et, d'ailleurs, d'un instinct mal défini où se heurtent comme' chez les êtres primitifs les atomes mâles et femelles de l'obscure origine. C'est, avec le goût de la débauche lâchée par la ville, la solitude des désirs effrayants et la volonté de se ruer au peuple, source de toute force à laquelle les quintessences lasses viennent parfois demander le fort parfum de l'ail et du gros vin.

*

Il n'y a pas d'amalgames disparates dans une âme.
Ses contradictions ne sont qu'apparentes et elles se rattachent toutes, à un type fixe d'individu. Il ne faut parfois qu'un mot pour nous le faire comprendre, mais ce mot parfois nous échappe et jusqu'à ce que nous l'ayons trouvé nous rassemblons mal les éléments épars d'une personnalité. Ce mot est bien pour Jean Lorrain : Barbare.
Il se présente à nous comme tel. Dans une foule il fait une tache colorée, à quoi on reconnaît toujours une espèce de prestige exotique. Il se détache violemment sur le fond gris des gens et il lui serait difficile de dissimuler cette sincérité bouillante vraiment extraordinaire qui fait sa caractéristique. Tantôt blessé, tantôt furieux, tantôt veille ou éperdu de rosserie, bégayant d'émotion, on le voit un peu partout pleurant d'un beau vers, mourant d'une glace mal digérée. Il se laisse aller à lui-même avec un peu d'épouvante et infiniment de volupté. Il s'exagère. Il a aimé créer des fantômes à ses diverses images. 11 a voulu s'incarner dans des types, et c'est à cause d'un narcissisme perpétuel que nous connûmes Bougrelon, Phocas et l'étonnant Noronsoff. Mental, trop mental, il a créé des êtres plus compliqués que lui-même et mille fois plus décadents, parce qu'il ignora toujours peut-être cette candeur innée qui est, comme nous le disions, le meilleur de sa nature... Quand M. Lorrain souffre, M. de Phocas s'exténue; quand M. Lorrain se contracte, M. de Phocas se crispe. M. Lorrain l'a forgé dans son enfer, où Satan est devenu ouvrier d'art ; il l'a forgé d'un souffle lourd et amplifié avec délices.
D'Aurevilly n'a jamais fait mieux que ce Noronsoff, qui a sur ses congénères la supériorité d'être sincère et vécu, en des inimitables impulsions. En plus, éclatent, dans le style descriptif de son auteur, à tout bout de champ, des paysages, des notations d'atmosphères, si puissamment aspirées, par des poumons, semble-t-il, suprasensibles de malade. — Que l'on a, dans ces livres, à côté de la pire fermentation des Âmes, le contraste de la nature saine, toute vraie, avec la pureté de ses vents, et toute la nappe de son ciel 1 Alors le style piaffe et se colore magistralement, et c'est net ainsi qu'un beau fichu de paysan dans le soleil. — Jusqu'à reprendre les errements de des Esseintes, et les princesses Trimegistes.
II semble que, fatigué de ces choses damnées, M. Lorrain se repose un peu, lassé sans doute d'avoir trop étreint. Le Barbare blessé, — aux maxillaires assassins — fait trêve maintenant, du haut de sa terrasse encore rêveur comme Tristan. J'aime à le supposer hanté de quelque songe familier, où domine le goût et l'amour du sang, du sang jeune et frais qui coule aux poignets des adolescents, du beau sang de vie et de jeunesse qui sera son suprême regret.
Et de tout cela auront germé des œuvres qui nous laissent, à les avoir lues d'un trait, cette longue persistance d'arôme, que, l'été, on emporte démesurément en soi pour avoir rencontré quelque part, en ses promenades, la putride solitude d'un lys ou l'odeur hystérique des châtaigniers en fleurs.

(La Renaissance Latine, 15 juin 1902).