martes, 10 de enero de 2012

Rainer Maria Rilke: Un poema francés



Fue en 1921 que Rainer Maria Rilke se estableció en el cantón suizo del Valais, donde el industrial Werner Reinhardt le había comprado un pequeño castillo; y fue en 1924 que comenzó a escribir sus primeros poemas en lengua francesa. Vergeles, su primer libro francés, fue escrito entre enero de 1924 y mayo de 1925. Los cuartetos valesianos en los meses de agosto y septiembre de 1924. Ambos fueron publicados en 1926, poco antes de su muerte, por la Nouvelle Revue Française. Otros tres pequeños volúmenes (Las rosas, Las ventanas y Tiernos impuestos a Francia) serán publicados recién en 1949.

Caso extraordinario, quizás único, el de Rilke: uno de los mayores poetas de la lengua alemana, escribe, en el ocaso de su vida, versos de una absoluta maestría, de una cristalina belleza, para brindar testimonio de su amor por un pueblo, una lengua, una ciudad.

Pero escuchemos al gran poeta, explicarse en una carta al crítico Edouard Korrodi:

"Si hoy es inminente la publicación de una selección (debida a mis amigos) de mis versos franceses, es porque una serie de circonstancias me han conducido a este consentimiento y a este riesgo. El deseo, antes de todo, de ofrecer al cantón del Valais el testimonio de un reconocimiento que va más allá de la esfera privada, por todo lo que he recibido (del país y de la gente). Luego, el deseo de quedar más visiblemente ligado, como un simple alumno y una persona agradecida un poco inmodesta, con Francia y con el incomparable París que representan todo un mundo en mi evolución y en mis recuerdos."



Nul ne sait...

Nul ne sait, combien ce qu'il refuse,
l'invisible,nous domine, quand
notre vie à l'invisible ruse
cède, invisiblement.

Lentement, au gré des attirances
notre centre se déplace pour
que le coeur s'y rende a son tour:
lui, enfin Grand-Maître des absences.



Nadie sabe...

Nadie sabe cómo lo que él rechaza,
lo invisible, nos domina, cuando
nuestra vida a la invisible trampa
cede, invisiblemente.

Lentamente, siguiendo los deseos
nuestro centro se desplaza para
que el corazón vaya a su vez: él,
Gran Señor al fín de las ausencias.

Traducción de Miguel Ángel Frontán.