sábado, 20 de febrero de 2010

Hector Berlioz: Una decisión irrevocable

Hector Berlioz fue, como es sabido, un gran músico, pero también un gran escritor. Este aspecto, injustamente, es mucho menos conocido, sobre todo en castellano. Ya Barbey d’Aurevilly escribió en su momento: “Las obras de Berlioz están allí para dar testimonio de su genio, pero solamente la vida contada en sus Memorias, o tomada de la fuente de sus cartas, que es más profunda y brota más inmediatamente, puede dar testimonio de su alma entera.” No sólo sus Memorias y su epistolario dan la medida de su talento de escritor; el texto que sigue está tomado de su delicioso libro Les soirés de l’orchestre, en el que mezcla, con gran originalidad, relatos, crítica musical, sátiras y humoradas.


Une décision irrévocable

Un malheur sérieux vient de nous frapper à Paris, et vous serez bien heureux de ne pas en ressentir le contre-coup. Z..., ce grand insulteur de l'art et des artistes, désespéré d'avoir, par un coup de bourse, perdu les trois quarts de l'énorme fortune qu'il avait amassée, vous savez comment, n'a pu résister à une tentation de suicide. Il a fait son testament, légué, dit-on, ce qui lui restait à la directrice d'une maison d'éducation pour les filles jeunes, et, ce pieux devoir rempli, s'est acheminé vers la place Vendôme où il s'est fait ouvrir la porte de la colonne. Parvenu sur la galerie qui couronne le sommet du monument, il a quitté son chapeau, sa cravate, ses gants, je tiens ces affreux détails du gardien de la colonne, il a jeté un regard calme sur l'abîme ouvert autour de lui, puis s'éloignant de quelques pas de la balustrade, comme pour mieux prendre son élan, il a brusquement renoncé à son projet.

(Les soirées de l'orchestre)

HECTOR BERLIOZ



Una decisión irrevocable

Una tremenda desgracia acaba de abatirse sobre nosotros en París, y ustedes podrán considerarse dichosos si no se ven afectados por ella. Z..., ese gran denostador del arte y de los artistas, desesperado por haber perdido, a causa de un revés de la Bolsa, las tres cuartas partes de la inmensa fortuna que había amasado, ya saben cómo, no pudo resisitir a la tentación de suicidarse. Hizo su testamento, legó, según se dice, lo que le quedaba a la directora de una casa de educación para muchachas jóvenes, y, una vez cumplido con ese piadoso deber, se dirigió a la Plaza Vendôme, donde hizo que le abriesen la puerta de la columna. Habiendo llegado a la galería que corona la cúspide del monumento, se quitó el sombrero, la corbata, los guantes —le debo estos horrendos detalles al guardián de la columna—, echó una mirada serena al abismo que se abría en torno a él, y luego, alejándose algunos pasos de la barandilla, como para tomar más impulso, bruscamente renunció a su proyecto.

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán

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